Rusalka, la historia del hada que quiso ser humana

El manuscrito original de Rusalka, foto: Michaela Vetešková, ČRo

Una nueva versión de Rusalka, estrenada esta semana en la ópera Metropolitana de Nueva York, ha vuelto a poner de actualidad a esta clásica obra de Antonín Dvořák. Aprovechamos la oportunidad para contarles la historia de esta ópera, la más famosa de su autor, y escuchar algunos de sus fragmentos más representativos.

El manuscrito original de Rusalka,  foto: Michaela Vetešková,  ČRo
La obra Rusalka, de Antonín Dvořák, es la ópera más representada en la República Checa y una de las cien con mayor presencia escénica de todo el mundo. Se trata de un cuento de hadas basado en la mitología eslava y los cuentos tradicionales checos recopilados en el siglo XIX por Božena Němcová y Karel Jaromír Erben.

Estilísticamente se corresponde a la última etapa de Dvořák, cuando se dedicó precisamente a explorar los mundos fantásticos de la tradición nacional. Cuando Dvořák buscaba un tema para una nueva ópera, dio con el libreto del poeta Jaroslav Kvapil ‘Rusalka’, con el que quedó fuertemente impresionado.

Kvapil, basándose en la tradición cuentística checa, y eslava en general, contaba la historia de una ninfa de los arroyos y manantiales, una rusalka, que al enamorarse de un príncipe humano se ve abocada a la perdición.

Esta especie de ondinas de la mitología eslava ya había protagonizado una ópera con anterioridad, la ‘Rusalka’ del ruso Aleksandr Dargomizhski. Pero en esta ocasión se le daba la vuelta al orden de la historia. En la versión de Dargomizhski una joven es traicionada por su amante y al suicidarse ahogándose se transforma en rusalka, mientras que en la versión de Kvapil, de modo similar al cuento de la Sirenita, el hada se transforma en humana y es posteriormente traicionada.

La cumbre compositiva de Dvořák

Si el libreto de Kvapil es considerado uno de los de mejor calidad de los producidos en el siglo XIX, la musicalización llevada a cabo por Dvořák se tiene como su mejor trabajo para una obra escénica, y según algunos críticos, simplemente como su mejor obra. En ‘Rusalka’, Dvořák combina una excelente labor en armonía con una gran técnica compositiva y una extraordinaria invención. En esta obra, la más wagneriana del compositor, la orquesta toma un papel mucho más preeminente, compartiendo protagonismo con las voces de igual a igual.

Acercándose en ocasiones al impresionismo francés, Dvořák toma una orquesta de composición convencional para crear ingeniosos efectos musicales combinando instrumentos o grupos de instrumentos. Sugiere así mediante instrumentación olas en un lago, sonidos nocturnos en el bosque o el reflejo de la luna en la superficie del agua. Destaca también su peculiar tratamiento de las voces, que remarca la diferencia entre los diálogos entre los seres fantásticos y los humanos, subrayando el tema central de la obra: el abismo insalvable entre ambos mundos.

Asimismo, otro rasgo de genialidad de ‘Rusalka’ es el conseguido equilibrio entre variedad y consistencia. La estructura de la ópera está excepcionalmente planeada, usando los motivos característicos que popularizó Richard Wagner pero sin abusar de ellos, relacionándolos con lugares, personajes o ideas recurrentes.

El precio del amor

Antonín Dvořák,  foto: public domain
‘Rusalka’ se divide en tres partes. En la primera, la ninfa acuática confiesa a su padre que quiere ser humana para poder casarse con un príncipe del que se ha enamorado. Con ayuda de una bruja, y de la luna, el hada de las aguas se transforma en una mujer mortal al precio de quedarse muda y de arriesgarse a sufrir una maldición si su amor es traicionado.

En la segunda parte el amor de Rusalka por su príncipe se ve efectivamente traicionado, al enamorarse este de una princesa extranjera. La boda no se celebra y la ninfa huye de vuelta al lago. El príncipe es a su vez traicionado por su nueva amante.

En la tercera y última parte de la obra, la bruja aconseja a Rusalka que mate al príncipe para evitar la maldición, pero esta se niega, transformándose en una “bludička”, un ser maligno que acecha en el fondo de los lagos para ahogar a los hombres que se acerquen a sus orillas. Al final de la obra el príncipe se acerca al lago y, al ver a Rusalka, la besa, sabiendo que esto provocará su muerte.

La historia, que bebe no solo del romanticismo, sino también del simbolismo y el decadentismo, puede entenderse como una metáfora de la barrera entre dos mundos, en este caso el de la magia y el del ser humano, el de los mitos y el de la realidad, cuya transgresión acarrea la desgracia a unos y a otros. Antes del reciente estreno de la nueva versión en la Ópera Metropolitana de Nueva York, su directora Mary Zimmerman, entendió su mensaje bajo una óptica femenina. La historia de ‘Rusalka’ nos enseñaría que una mujer no debe renunciar a su propio yo, y a su propia voz, por un hombre.

Autor: Carlos Ferrer
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